Fábula moderna
Érase una vez alguien tan pequeño, tan pequeño, que tan solo era una diminuta bola gris. Como una canica con la que nadie jugaría, sin fantasías entre el vidrio ni vivos colores. Esta diminuta bola gris se pasaba el día rodando, de aquí para allá, observando a las personas que le rodeaban. Cuánta envidia les tenía... Pero no sólo les envidiaba, a muchas de esas personas también las admiraba. Admiraba su pasión, su jovialidad. Admiraba su capacidad de sonreír e ilusionarse y, lo que más admiraba y envidiaba, a la vez, era cómo podían influir en otras personas, cómo dejaban su huella unas en los demás. "Ojalá supiera ser como ellos", pensaba mientras no paraba de rodar entre unos y otros. Rodaba y se entusiasmaba, rodaba y se enamoraba, rodaba y se sorprendía pero siempre se lamentaba: "ojalá supiera ser como ellos". Un día como cualquier otro, la triste bola cayó por unas escaleras mientras observaba ensimismada a esas personas que tanto admiraba. Cayó y siguió...