Anecdótico

Cuando algo tan instintivo como respirar duele, ¿realmente hay solución? Es más, ¿merece siquiera una solución? No, lo insignificante parece no tenerla, menos aún merecerla. Ni solución ni tan solo un diminuto rincón donde arroparse cuando el frío acucia. Nunca podrás ser más importante que la pelusa que anida en el rincón que creías tu único y último refugio. Al fin y sl cabo, ¿no es tu propia existencia la muestra de no poder ser más que una mota de polvo? Inocua, invisble, definitivamente anecdótica. Así se resume tu diminuta existencia. Dentro hace frío y fuera... Fuera es casi imposible tan solo caminar. La ausencia total de espacio es casi tan aterradora como lo es la ausencia de vida. Ausente la tuya, de corazón apagado y desesperado por algo que pueda encender esa mecha. Pero no. Porque las anécdotas no respiran. Las anécdotas no sienten. Las anécdotas vienen al recuerdo arrastradas por un impulso sensitivo y son sólo eso, meros recuerdos, sólo anécdotas. Tendemos a pulular entre las personas de verdad, anhelando tomar forma corpórea pero una anécdota no tiene ese derecho. Una anécdota no puede, debe ni merece tomar existencia real y física. No somos personas. Estamos condenadas a vagar entre recuerdos. Ahora bonitos, ahora nefastos. Condenadas a vagar sin poder sentir, sin poder vivir. Somos meras espectadoras de una vida que se nos presenta inalcanzable, imposible y, por desginio divino, prohibida e ininteligible.
Espectadoras que anhelan una palabra sincera de cariño, un simple roce. Estar vivas y poder gritarlo a toda voz. Pero..
Somos sólo anécdotas.

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