Colitis
Esta
mañana el cielo decidió que un enorme cúmulo, en forma de bicornio
imperial y blanco como Alemania, era el mejor tocado para presentarse
al Mundo. Curioso modo de hacerlo, por lo que aún estaba por llegar.
El objeto principal de este relato se dirige, con parsimonia, a su
abrevadero colectivo de cabecera. Nunca apresurada pero con viento
favorable, sin dudas sobre si la cafeína podía ser buena aliada o
no, nunca es momento para detenerse a discernir si lo es. El
inconfundible aroma a heces caninas y amonio de procedencia
homínida le incita a no detenerse, ni por una fracción de segundo,
a admirar el cuadro urbano, atestado de hormigón, calzadas de
alquitrán, obedientes hormigas y pulmones alquitranados; sería deshonesta si concediera demasiada atención al
alquitrán ajeno. Quizá fuera más urgente analizar el propio pero,
¿para qué?. "Plácida
y ligera manera de expirar"
piensa mientras sorbe con ansia su porción de monóxido en
monodosis. "Plácida
y sincera".
Parada
bajo el marco, como quien prevé un accidente sísmico, sonríe en
mueca pícara al recibir una tercera nota predominante inundando sus
fosas nasales, inconfundible y confortable, ese olor rancio a marro
de café en descomposición, acumulado por milenios en un cajón que
parece abrir camino al Hades. "Así
debe oler el aliento de Caronte. Una eternidad partiéndose la
espalda y ni un poco de enjuague bucal. Hay que apretarse el
cinturón, ¿no?",
esboza una mueca aún menos inocente, riendo para sí misma. Observa
el entorno con rapidez, aunque con precisión analítica: "el
Pepe no ha dormido bien hoy, me da que su mujer ya sabe algo de lo de
aquella, que antes fue aquel. El viejo facha de siempre a las 11,
paciencia. Ese cincuentón no me suena, seguro que se le ha jodido el
coche; quizá haya pasado una 'buena noche', mejor para él. La
Senyora Quimeta con su 'xuxo',
no
alcanzo a comprender cómo ha llegado a los ochenta".
—Pepe,
¿qué hay de lo mío? —escupe con sorna, como siempre. El
estropeado escanciador ya le conoce y siempre agradeció algo de
humor en su agotadora monotonía.
—Marchando
ese eunuco enano y espeso como el barro.
—Si
me lo sirves con esa cara de amargura voy a tener que tomármelo como
algo personal... ¿noche toledana? —su
tono imprime un hilillo de calidez, esta vez; el esfuerzo ha sido
extenuante.
—Calla,
hija, me he pasado la noche entera discutiendo con el Sr. Roca. Huele
el café antes, por si acaso. —él
se siente cómodo en la escatología, también en rebasar ciertas
líneas, sabe que escasea su clientela por ello.
—Si
no fueras tan hijo de puta... no te querría tanto, bribón. ¿Cómo
está la Rosi?
—Ahí
anda. Sigue peleando consigo misma. Me la mataron cuando la
prejubilaron y, encima, tampoco se quiere venir aquí pa
estar entretenía.
Ya no sé qué hacer pa
que
levante cabeza, niña. —su
semblante se oscurece aún más. A ella empieza a recordarle un
mártir cualquiera.
—Tengo
que llamarle un día, lo siento. Ya sabes: la juventud, la cabeza
loca, bla, bla, bla... Y tú no te me vengas abajo, que pierdes otra
clienta, ¿eh? —ella
sabe que no lo hará, aunque cree que es el mejor modo de levantarle
el ánimo—.
¿Qué es esto? —señala
la taza de café— ¿Diarrea?
—De
los mejores culos, señorita, traída por el mismísimo Juan Valdés,
en carguero de Inditex. —no
puede evitar dejar ir una risilla floja de autocomplacencia.
—Tienes
la gracia en el ojete, bonico. —centra su atención, ahora, en el
televisor al fondo de la estancia.
(Continuará en la próxima entrega)
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